top of page
Foto del escritorZárate

El viento sombrío de la Floresta Marchita (Día 1: Viento)

Todas las noches, un viento recorre suavemente las calles del pueblo y lo llenaba de niebla, dejándolo a la merced de la bella luz de luna. Su color es de tono añil, formando movimientos similares a los ríos y arroyos que rodean nuestras casas. Este viento siempre aparece por estas épocas, cada noche del primer mes de otoño. Esto ya era una costumbre en el pueblo, donde los sabios y personas mayores nos recomendaban cerrar las ventanas y las puertas y que, pase lo que pase, nadie entrara al bosque solo. Esto debido a que las desapariciones del pueblo solían coincidir con la presencia macabra de la brisa cerúlea.


Cada anciano, abuelo o persona mayor tenía su propia explicación del porqué sucedía estos vendavales: llegue a escuchar de mi abuela que era el espíritu de la Floresta Marchita despertando, y que las personas que desaparecieron eran su alimento; contaba también que se llevaba a aquellos que irrespetaban el bosque y a los que lo habitaban. Mi tío, por otro lado, contó que eran almas que no le pertenecían a nadie, que vagaban sin descanso por el mundo; también agregaba que buscaban visitar a sus amigos y familiares. Mi abuelo nos contó que el siguió ese viento, pero que no logró divisar nada más que naturaleza muerta y arboles marchitos que se ceñían sobre él; nos instruía a no poner ni un pie dentro del bosque después de medianoche, pues era hogar de ánimas y seres malignos, que no tendrían compasión de los mortales que osaran irrumpir en su morada.


Estas historias siempre han aterrado a mis hermanos, quienes se dormían temprano cada otoño, temblando y chillando de miedo. A mi no. Cada noche del mes, me asomaba para ver el camino que recorrían estas corrientes, dejando una serie de brillos ominosos por encima de la niebla que llevaba arrastrando. Eran cautivantes, pero nunca había tenido el valor de seguirle el rastro. Ha sido así desde que yo era niña, completamente aterrados, mientras el viento iba rodeando nuestro poblado con una sensación de misticismo y terror; como si de una presencia extraña se tratase. Mas esta noche lo sentía diferente…


Al ver por la ventana, podía apreciar cómo el aire daba vueltas alrededor de ella, siguiendo la silueta de mi rostro. Aunque eran leves susurros, podía escuchar que una voz serena salía de aquel vendaval: “Síguenos, María… Camina con nosotros”. Regresé a mi cama e intenté dormir, pero no podía dejar de escuchar como el viento susurraba ‘María’. Era un llamado sombrío, un llamado hipnotizante… Con cautela, salí de mi casa. Tras cerciorarme de no dejar la puerta abierta para que mis hermanos no me siguiesen, camine a través de la niebla, siguiendo las voces.


Mientras más avanzaba, más voces oía: “Síguenos, es por acá… Ya casi llegas, María”. La brisa era cálida, abrazándome y guiándome a la Floresta Marchita. Recordando las historias de mis familiares y las prohibiciones de los ancianos, intenté regresar a mi casa, pero el pueblo ya había desaparecido entre la inocua calígine. Intenté retroceder, pero mi cuerpo no paraba de seguir las almas; traté de gritar por ayuda, pero mi voz fue enmudecida por el ruido de los cuervos que sobrevolaban el bosque mientras sentía que el viento me obligaba a avanzar. EL comino del bosque se volvía más oscuro, transformando las copas de los árboles en múltiples manos de dedos torcidos que trataban de aferrarse de mi alma.


Al centro de los árboles malditos, se encontraba un cuerpo demacrado y carcomido por un grupo de cuervos, mismos que se encontraban sobre él. Estaba cubierto por una túnica blanca (que había adquirido musgo en la parte de abajo); portaba una especie de cetro o báculo en su fría y esquelética mano. El fiambre parecía ser el causante del viento, pues las ventiscas estaban regresando a su cetro. El terror se apoderó de mí, haciendo que mi pecho palpitara sin parar. Mi mente estaba en blanco y mi cuerpo permaneció inmóvil. Con todas mis fuerzas, logré dar media vuelta y empecé a correr al pueblo, pero era demasiado tarde: las puertas del Bosque Prohibido se habían cerrado.


Al mirar detrás mío, vi que el cuerpo ya no estaba, pero los cuervos seguían en su lugar. Ellos cantaban al unísono: “Sangre nueva para la sangre antigua. Un inocente más y él volverá a la vida”. Intenté moverme, pero había algo que me lo impedía. Alguien. Una presencia maligna. Sentí una mano en mi hombro que me detuvo. Con enorme temor volteé, viendo como un rostro sin ojos podrido y musgoso me miraba fijamente. Trate de librarme de él, pero sólo sonrió con maldad, se inclinó a mi oído y dijo algo que me dejó helado: “Gracias a ti, puedo vivir un año más”. Con fuerza me alzó, mientras sentía como poco a poco mi alma dejaba mi cuerpo. Lo último que pude escuchar antes de volverme una alma más del viento del bosque fueron las voces de los cuervos, cantando una canción macabra:


“Susurros fríos, eco de huesos crujientes,

el bosque devora, sin dejar testigos, inocentes.

Almas perdidas, gritos en la niebla,

el bosque cobra un tributo, su venganza es ciega”

1 visualización0 comentarios

Comments


bottom of page